Dale click para escuchar la banda sonora de la película "The Greatest Showman" año 2017.
– “Por dentro mi corazón está quebrado, mi maquillaje quizás se esté cayendo, pero mi sonrisa aún permanecerá”. De la canción The Show Must Go On, el último simple editado por Freddie Mercury antes de morir.
Hay tradiciones en las que no creo y hasta en un punto me enojan. No entiendo lo de “el show debe seguir” caiga quien caiga, muera quien muera. Una función no se suspende pase lo que pase. Como si los artistas fueran eso, artistas antes que personas. Nunca estuve de acuerdo y me revelo cada vez que alguien lo plantea o dice con orgullo: –yo no estuve en el parto de mi hijo porque estaba haciendo Las de Barranco, Fuenteovejuna, Hamlet, o lo que fuera” Para mí hay prioridades, siempre las hay; aunque confieso que una vez debí hacer silencio y rendirme ante la evidencia.
Todo el proceso comenzó de la manera más burda. Teníamos en la heladera de la productora diez latas de película virgen a punto de vencerse. Algo debíamos filmar antes de que caducaran. Con Sebas empezamos a tirar ideas, posibles historias y escribimos la base de un guion que se lo presentamos a Pedro Loeb, profesor del curso de guion al que asistíamos. Pedro, primero escuchó, luego nos corrigió, nos orientó y nos sugirió varios ajustes para mejorar lo que teníamos. Pero ya sobre el final de la reunión deslizó un comentario como al pasar:
– “Tengo un alumno en otro taller que escribió un guion muy bueno. Quizás estaría bien que lo lean”.
El guion era una bomba, inmediatamente quisimos conocer a su autor. Edgardo era un tanguero divino con mucha calle, eterno enamorado, talentoso, divertido y muy generoso. De las reuniones con él, en distintos bares de Buenos Aires, surgió el guion definitivo de “Asociación Argentina de Actores”, un corto que rodamos sin recursos, sin presupuesto y gracias al aporte de un equipo alucinante que, como nosotros, no estaba dispuesto a permitir que esas latas de celuloide murieran en una heladera de Villa Crespo.
Comenzamos la preproducción en primavera y recién estuvimos listos para filmar en otoño. Fueron meses de trabajar a destajo, durante el día seguíamos con la publicidad que nos daba los fondos que invertíamos en el corto, al que le dedicábamos las noches y los fines de semana. Con eso alcanzábamos a cubrir los costos básicos como movilidad, utilería, permisos y poco más, y a todos los que convocábamos les dejábamos en claro que de la ecuación trabajo-remuneración solo podíamos ofrecer el cincuenta por ciento (trabajo). A los técnicos les dábamos la posibilidad de probarse en el cargo superior al que trabajaban habitualmente, al que era asistente de producción le ofrecíamos trabajar como jefe de producción, al asistente de arte lo poníamos de director de arte, y así. Para convencer a los actores teníamos el guion que sabíamos que era poderoso. No digo todos, pero la mayoría de los que lo leían querían formar parte del corto. Para ellos el único pago que les garantizábamos era una copia del corto terminado, eso les serviría para mostrar su trabajo. Alquiler de cámara, luces, fletes y catering lo cambiamos por la promesa de contratarlos en futuras producciones de publicidad, cosa que hicimos.
Recuerdo la noche previa al primero de los cinco días de rodaje, la situación cumplía con todos los requisitos que debe tener el segundo punto de giro de un guion: peligro, tensión, incertidumbre y la sensación de que no hay manera de llegar al tercer acto. Esa noche el jefe de producción se sintió abrumado y se bajó del proyecto, renunció y nos dejó pendiente, entre otras cosas, la contratación del sonido. Una locura, por un lado cargábamos, en una pick up F100 prestada, todo el material que necesitaríamos para el rodaje y, por el otro, hacíamos llamados desesperados para conseguir alguien que nos hiciera el sonido directo, porque sin eso no habría rodaje. En un momento, ya con todo cargado y a pocas horas de empezar a rodar, el asistente de dirección nos miró a Sebas y a mí y nos largó, con un aplomo que no se condecía con su edad, una frase que desde entonces siempre tengo presente:
__Tranquilos muchachos, mi abuelo siempre decía: “cuando el carro arranca los melones se acomodan solos”.
Ese chico que debutaba como asistente de dirección hoy tiene un Oscar en su casa y lleva el nombre de su abuelo: Armando Bo.
Efectivamente los melones se fueron acomodando; esa mañana apareció un estudio, que haciendo honor a su nombre, nos solucionó el sonido y la mezcla posterior. Se llamaban “No problem” y a partir de ese momento nos hicieron el sonido de todas nuestras producciones. A medida que fuimos avanzando el equipo se fue consolidando. Todos los que participaron se sumaron al proyecto por amor al arte, en el sentido más literal de la frase. Todos menos uno: Carlitos Scazziota. Carlitos ya estaba muy enfermo, vivía con lo justo, en parte gracias a la ayuda de la comunidad artística. A nosotros nos hacía mucha ilusión tenerlo en el elenco y había un papel chiquito, pero en el que se podía lucir. Lo adaptamos para que le calzara como un guante y cuando lo leyó aceptó sin dudar. Una vez que nos dijo que sí, lo dejamos tranquilo hasta el día que filmábamos su parte. Le mandamos un remise a buscarlo, queríamos hacerlo sentir como lo que era, una estrella, pero al bajar en la locación lo vimos tan deteriorado que nos dio miedo. A duras penas podía caminar, realmente creímos que no lo lograría. Lo acompañamos a su camarín y con la excusa de maquillarse y ponerse el vestuario, le dimos tiempo para que se recuperara.
–Carlitos, cuando esté listo se viene, nosotros lo vamos a estar esperando en el set.
–Gracias, querido.
Esa escena la filmábamos en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, su arquitectura clásica y elegante nos permitía ambientar lo que podría ser la recepción de la Asociación Argentina de Actores, que en la realidad es mucho menos agraciada. Allí Carlitos se encontraba con el protagonista del corto y tenían un diálogo de un humor muy irónico. Confieso que durante la espera íbamos pensando alternativas para reemplazar a Carlitos, por lo que habíamos visto no estaba en condiciones de filmar y nosotros no estábamos dispuestos a exigirlo de más para conseguir la escena. Pero de pronto surgió la magia. Entró al set y se produjo un silencio espontáneo de respeto total, era como si su presencia opacara todo el resto. Ahí entendí lo que significa la “pisada escénica”. Carlitos derrochaba jovialidad, se acercó a los técnicos, saludó a uno por uno y cada tanto intercalaba su clásico “Salta Violeta”. Nos hipnotizó a todos, fue impactante, era pura energía, un magnetismo absoluto. Sin perder tiempo tiramos la primera toma y vimos que estaba impecable, con la letra perfectamente aprendida, las pausas donde correspondía y la gestualidad justa. Hicimos un par de tomas más y mejoró lo anterior. Tanto nos entusiasmó que le pedimos permiso para hacer unos planos cortos que no estaban previstos, pero nos darían más variantes para la edición. Los hicimos sin problema, debemos haber tardado unas tres horas en hacer todo. Finalmente, después de la última toma, Sebas marcó “Corte” y el aplauso fue emocionante. Carlitos sonreía agradecido y recién ahí dejó ver el cansancio que le produjo semejante esfuerzo. En ese momento volvió a ser el hombre gastado que necesitó ayuda para bajar del remise. Se despidió de cada uno y nos agradeció profundamente por haberlo puesto de nuevo frente a una cámara. Era tanta la emoción que me transmitió que, reconociendo que Carlitos no estaba físicamente para trabajar, me replanteé seriamente si en casos como éste lo de “el show debe seguir” quizás no esté tan errado. Para él fue la mejor terapia.
Cinco meses más tarde, como dicen los actores, Carlitos se fue de gira. Por suerte alcanzó a ver el corto terminado, le encantó, pero no llegó a enterarse del exitoso recorrido que tuvo en el circuito de festivales. Tampoco supo que él fue el único que cobró en la producción de ese cortometraje, nosotros decidimos no decírselo porque de haberlo sabido, él también lo hubiera hecho por amor al arte.