Último Capítuo: fin de rodaje

 

Dale click para escuchar la banda sonora "Stand By Me" año 1986.

 

Con el pedido de “corte” de la última toma de la última escena se libera toda la tensión acumulada, los nervios, la angustia y la incertidumbre dan lugar a una mezcla de euforia y alivio que revienta en un aplauso generalizado y abrazos entre todos: técnicos, elenco, dirección y producción. Es un momento único, es el clímax.

Con Sebas teníamos una costumbre que cuando se podía la llevábamos a cabo. Al acercarse el final de la filmación, poníamos a un eléctrico, a escondidas, a preparar tragos que salían de sorpresa una vez terminado el rodaje. Era una forma más de celebrar y estirar ese momento en el que también empieza a sobrevolar una nube de nostalgia porque a partir de mañana se terminó la rutina que nos mantuvo unidos todos los días durante bastante tiempo. Para Cuco, el director de fotografía, el bajón venía en forma de “síndrome de abstinencia”, padecía el hecho de no saber cuánto tendría que esperar para la próxima filmación, aunque llegó un momento en que los proyectos se sucedían con tanta fluidez, que no había tiempo de extrañarnos. 

Después de los aplausos y los abrazos surgían también las fotos de equipo, todos juntos en la última locación o delante del decorado. Estos son recuerdos que guardo con especial cariño. En producciones grandes se dan también las “Fiestas de fin de rodaje”. Aunque no siempre son literalmente fiestas, recuerdo la cena de fin del rodaje de Metro de Madrid, que cerraron para nosotros un restaurante en La Cava Baja. La fiesta en una disco (no un chalga place) en Sofía después de la campaña de Vodafone. Cuando terminamos el rodaje de Trina, una producción para España que se filmó en Buenos Aires, nos citaron en una peluquería muy chic en Palermo, había que atravesarla hasta llegar a la trastienda donde una escalera estrecha conducía a una terraza montada con una barra de tragos, un DJ y mozas que servían exquisitos canapés; un oasis en el medio de la ciudad, bajo el cielo estrellado porteño. 

Sin ser amante de las fiestas, reconozco que éstas las disfruto particularmente. Son divertidas, distendidas y ecuménicas; es común ver al productor ejecutivo charlando con el más novato de los meritorios. Es un momento de emociones liberadas, como volver a la vida normal después de haber estado abducidos y donde todo lo que importaba era lo que tenía que ver con la película. Es un espacio necesario para reímos de nosotros mismos y confesar errores u olvidos que muchas veces nos filtran a los directores para no cargarnos de más preocupaciones. También es posible que se devele la formación de alguna pareja que sucedió durante la producción: vestuario con asistente de dirección o arte con jefe de producción, o maquillaje con alguien del elenco, por poner algunos ejemplos. En estos casos siempre están los que ya lo sabían, otros lo sospechaban y la mayoría no teníamos ni la menor idea, pero, de cualquier forma, siempre es un motivo más para festejar.

En las fiestas de fin de rodaje se habla de todo y, principalmente, de cine. Se comentan las películas pero de una manera particular, quizás no se hace tanto hincapié en un largometraje entero, sino que se destacan fragmentos, escenas que homenajean a otras películas, detalles de cómo se movió la cámara, cómo se iluminó un plano, el tratamiento de color, la banda de sonido o la interpretación, buena o mala de un actor. Son miradas entrenadas que hay que dosificar para que la técnica no termine matando a la emoción.

También se evocan antiguas batallas y se recuerda a amigos que, por el momento, la fortuna se resiste a volver a juntarnos en un set. Y lo que jamás falta, sobre todo a medida que el alcohol va ingresando en el torrente sanguíneo, son las vehementes promesas de reunirnos pronto. A veces se cumplen. 

Siempre sentí que en la fiesta de fin de rodaje lo que se celebra es el amor por lo que hacemos.   

Mientras escribo este capítulo me pasa algo parecido a lo que siento en cada fin de rodaje. Es una emoción que tiene mucho de gratitud, de alegría, de afecto. De satisfacción compartida, de orgullo de equipo, de compromiso cumplido. 

Y siento que, si esto fuese una película, éste sería el momento de los créditos (traten de quedarse siempre hasta el final de los créditos porque si participaste en una película y tu nombre no sale entre los primeros, es doloroso ver toda la gente que se va del cine sin llegar a leer tu nombre), y estos créditos, los de Fotocrónicas, que más bien son agradecimientos, serían algo así: 

EXT. – RUTA COSTERA – DIA  

Una pareja joven sube a un Mustang Cabriolet de los ´70. El sol rebota en miles de reflejos sobre los cromados del coche que arranca y se aleja. La cámara se eleva mientras el Mustang se va haciendo cada vez más chiquito. Por momentos desaparece en los recodos de una serpenteante carretera costera. Sobre este plano ataca la banda musical e ingresan los títulos:

 

Gracias a Carola, la que siempre supo abrirme la puerta para ir jugar. 

A mis cuatro hijos: Teo, Jota, Sol y Sofía, que a través de Fotocrónicas se van a enterar de dónde estaba su papá cuando no estaba. 

A todos los equipos con los que trabajé y me asistieron.

A toda la gente con la que me cruce y me enseñó, me quiso, me ayudó. A muchos ya los mencioné en algún capítulo, otros quizás aparezcan en futuros. ¿Continuará? 

A Paula Levallois, mi correctora, consejera y futura amiga. 

Al diseño depurado de Agustín Bachiller. Mi hermano

A los Sharcks por escucharme sin cansarse o al menos sin demostrarlo. 

A vos que me estás leyendo.

 

Y, finalmente, agradezco al universo haber descubierto una pasión y haber podido disfrutarla. Una pasión que me llena tanto que solo me queda lugar para guardar los momentos buenos, a los otros, que hubo algunos, ni cabida.

Una pasión tan generosa que me permitió viajar, conocer gente, lugares, costumbres, culturas y divertirme mucho.

Quedan deseos pendientes, pero son muchos los que ya cumplí. Gracias infinitas también por eso.


¡Corte! It´s a wrap.

 

 

 

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