Dale click para escuchar la banda sonora de la película "Juego Sucio" año 1978.
Juro que nunca me propuse complicar una filmación adrede, pero debo reconocer que visto desde afuera, a veces parecía que sí. Un buen ejemplo de esto fue el rodaje en la farmacia del barrio de Moncloa. Nos enamoramos de una farmacia en particular por ser el prototipo de la farmacia clásica, es decir igual a cientos, pero por algún motivo sentíamos que era la única capaz de representarlas a todas, y por eso fuimos tozudamente a por ella. La veíamos tan auténtica con sus pisos de tablones de madera quejosos, su mostrador gastado y los frascos de vidrio grueso color ámbar con etiquetas caligrafiadas; no había que tocar nada, era sólo meter la cámara y filmar. Hasta casi que podíamos dar de baja al director de arte, pero obviamente no lo hicimos.
La única contra que tenía esa locación era su dueño, un farmacéutico con pasado en la policía que conservaba de aquella época una cachiporra que lucía junto a la caja registradora. Era hosco, peleado con la vida y fue solo vernos para detestarnos, se contenía para no sacarnos a palazos como hacía con los drogones que intentaban comprarle Clonazepam con recetas falsificadas. Nos veía como una troupe de bohemios excéntricos, irresponsables y vagos que seguramente consumiríamos sustancias (el hombre no tenía mal ojo, eso hay que reconocerle). Realmente no nos quería ahí adentro, pero como a Borges con Buenos Aires, con el farmacéutico no nos unió el amor, sino el espanto en una de sus formas más urgentes que es la necesidad económica. Estaba ahogado en deudas y el alquiler que le ofrecíamos le devolvía algo de aire a sus finanzas. De no ser así, jamás nos hubiera dirigido la palabra.
Una vez lograda la locación y después de un casting muy intenso del que conseguimos que nos aprobaran una actriz titular y otra de reserva, ya teníamos resuelta una parte importante de la producción. Pero, a último momento, sentimos honestamente que la persona ideal para el papel, la que superaba a todas por diferencia, no era otra que la hija del farmacéutico. Estábamos convencidos -otros dirán encaprichados- de que la película ganaba todavía más en realismo si la convocábamos a ella, que, de hecho, trabajaba allí. Otra vez encontrándole el problema a la solución y volver a la dura tarea de negociar con el farmacéutico.
–Ni de coña. Que ya se los digo yo, que con la niña no contéis. Pero vamos, ni ebrio ni dormido.
Estaba más que claro que no teníamos ninguna posibilidad de convencerlo, que jamás permitiría que la luz de sus ojos, la persona para quien él se desvivía se mezclase con nosotros. Pero fue ella misma, que había heredado el carácter del padre, la que lo puso en términos definitivos:
– Papá, yo también necesito la pasta, pues entonces si no me dejas ganármela currando, me pagaras tú lo que me pierdo por no currar.
Y como el dinero no compra la felicidad, pero tiene cara de hereje, finalmente el farmacéutico accedió.
No podría decir que estos tironeos ayudaron a afianzar un vínculo afectivo con el hombre, más bien todo lo contrario, pero en definitiva se trataba so lo de tres días más de convivencia: el día del scouting técnico, cuando visitábamos la locación con las cabezas de equipo (director de fotografía, jefe de eléctricos, director de arte, sonidista, jefe de producción, asistente de dirección y director) para definir los últimos detalles, desde probar encuadres hasta determinar dónde estacionaríamos los camiones. Luego teníamos el día del rodaje y, finalmente, media jornada más para desarmar y dejar el lugar tal cual lo habíamos encontrado, no parecía un gran problema. Después de todo, cada uno se llevaría lo suyo y si te he visto, no me acuerdo.
Pero en el cine, donde todo se prevé y se trabaja con plan A, B, C, D y más, siempre hay que estar preparado para que se cruce un gato negro o nos aceche una cáscara de banana. Ya en el scouting técnico el farmacéutico vio algo que los que estábamos concentrados en el trabajo no notamos. Estaba muy alterado y a través de Oscar, nuestro jefe de producción, me enteré de que juraba que su niña se había enredado con alguien del equipo. ¡Lo que nos faltaba! Y por la descripción que nos dio, no podía ser otro que Moncho. Teniendo el dato, no había más que mirarlos y darse cuenta, las flechas de cupido iban y venían a mansalva.
Moncho era el primero de cámara, debe haber sido una de las mejores personas que conocí en el cine. Leal, dedicado, solidario, comprometido, sensible, responsable…Y era transexual cuando todavía no existía ni la palabra transexual. Mucho menos los colectivos como el LGBT+ y la aceptación social que consiguieron con el tiempo. Nació como Mónica y le llevó años de sacrificados tratamientos y pérdidas afectivas convertirse en Moncho.
–Moncho, ¿qué hacemos?
–Te pido perdón, no lo hice a posta. Fue vernos el primer día y ya no lo pudimos detener, se nos escapó de las manos. Pero te juro que va en serio, esto no es un tonteo y ya.
–Vamos, Moncho, lo único que falta es que me pidas la mano de la chica. Por mí se pueden casar por el rito umbanda que me da lo mismo. Hagan lo que quieran, pero después del rodaje.
–Tienes razón, tío, te pido mil disculpas.
Se supone que si la preproducción está bien hecha, el rodaje debe fluir. Evidentemente en algo habíamos fallado: el farmacéutico estaba obsesionado porque su hija confesara, Oscar haciéndole de psicólogo al farmacéutico, el resto protegiendo a Moncho de su posible suegro y los tórtolos que no ocultaban sus caras de luna de miel. En medio de eso, tratábamos de llevar adelante una filmación con serios riesgos de que nos echaran a patadas antes de terminar. Fue de los rodajes más estresantes que tuve, tanta era la tensión que terminamos escondiendo a Moncho en el motorhome de vestuario para salvarle la vida. No fue fácil porque Moncho era tan celoso con la cámara como el farmacéutico con su hija y no quería dejar su puesto de trabajo, pero en esa ocasión entendió que, por el bien de todos, lo mejor era que diera un paso al costado y pasara a la clandestinidad.
Terminamos la jornada agotados. Del día de desarme obviamente Moncho no participó, aunque supe que de todas maneras continuaron los encuentros prohibidos de la parejita. Por mi parte, durante años evité pasar cerca de la farmacia de Moncloa. Más vale prevenir, dicen.
Un tiempo después -no mucho- volví a encontrarme con Moncho en una filmación, y la pregunta fue inevitable: ¿Qué pasó?
–No, ya no estamos más juntos.
–¿Por qué? ¿No funcionó?
–Nunca funciona porque no soy lo que esperan. Yo ya lo sé de antemano, pero igual me frustro. Mira, mis alternativas son: o se los aviso desde el comienzo y salen espantadas o las dejo que lo descubran solas y salen enfurecidas.
–Te entiendo, qué complicado lo tenés. Lo siento, Moncho, porque con esta chica se te veía entusiasmado.
–No te preocupes, ya llevo varias hijas de farmacéutico. Después de un tiempo se pasa, juro que no me enrollo más y así estoy un tiempo hasta que me vuelvo a enamorar. Pero tranquilo, ahora estoy en período refractario.
Lamentablemente perdí contacto con Moncho cuando volví de España, ya hace años que no tengo noticias de él. Ahí donde esté, deseo profundamente que haya encontrado a alguien que lo quiera por lo que es: una de las mejores personas que conocí.
Ojalá así sea, Moncho