Capítulo 13: un muchacho de antes

 

Dale click para escuchar la banda sonora de la película "Breakfast at Tiffany's" año 1961.

 

30 de agosto de 2016. La solemnidad del Congreso subraya la trascendencia del evento. El Salón Presidente Arturo Ilia del Senado de la Nación está colmado de representantes del arte, de la cultura y unos pocos de la política. En minutos comenzará el acto en el que se lo distinguirá con el máximo galardón que entrega la Cámara Alta: la Mención de Honor “Domingo Faustino Sarmiento”. El homenajeado, José Martínez Suarez, ajusta con la Senadora Liliana Negre los detalles protocolares de la entrega del premio. Junto a ellos participa de la charla la hermana de él, Mirtha Legrand. El clima es relajado y agradable hasta que un simpático a sueldo interrumpe torpemente la conversación:

–Bueno, José, ¿estás listo? 

José lo mira, lo estudia, trata de recordar en qué momento los presentaron, aunque sabe que eso nunca sucedió, pero antes de confirmar que está frente a un maleducado prefiere darle el beneficio de la duda. No llega a responder, el joven continúa avasallando:

–Vamos ubicándonos que ya arrancamos, eh. Un éxito la convocatoria, José, tuvimos que cerrar las puertas porque ya no entra ni un alfiler.

José se planta. Se pone rígido y desaparece la sonrisa.

–¿Cómo quedó gente afuera? No señor, de ninguna manera. Si no entran todos mis amigos, yo me voy.

Y como para no dejar dudas se abre paso entre la gente atravesando el salón, pero no hacia el escenario donde lo querían conducir, sino hacia la puerta. El joven esboza un argumento inútil: –Pero Josecito, no te pongas así, no es para tanto –y sale tras él.

La Senadora permanece junto a Mirtha, está atónita, quiere creer que se trata de un chiste más de José. 

–¿Es verdad que se va?

–En tres minutos –le aclara Mirtha enfatizando su respuesta con el pulgar, el índice y el dedo mayor de su mano derecha extendidos. 

No fueron tres minutos, pero en poco tiempo hubo un salón adicional con una pantalla habilitada para que todos pudieran presenciarlo. El acto comenzó una vez que José acompañó al último invitado al interior del recinto. Y luego sí, recuperó su sonrisa, volvieron a brillar sus profundos ojos celestes y, una vez más, conquistó a todos los presentes.

Ese era José, la persona más interesante que conocí en mi vida. Por modestia odiaba que le dijeran “maestro” (maestra había sido su madre en la escuela de Villa Cañás), pero no desperdiciaba ninguna oportunidad de dar una lección.

José era un fundamentalista de la ética, obsesivo de la puntualidad, elegante al extremo y un enemigo tenaz de la vulgaridad. Las charlas con él empezaban con el cine, pero derivaban en cualquier otro tema. Era como una especie de “Elige tu propia aventura” donde la conversación tomaba caminos insospechados. Cuando asumió como presidente del Festival de Cine de Mar del Plata, me dijo:

–Por cuestiones de tiempo voy a tener que cerrar el taller, pero no se preocupe, usted deja de ser alumno y pasa a ser mi amigo. 

Desde ese momento, nunca más entré a su casa por la puerta principal, los amigos subíamos por el ascensor de servicio y él nos recibía en la puerta de la cocina. Era su forma de demostrar que nuestra relación había superado las formalidades, habíamos alcanzado un trato casi de familia.

Para esos encuentros yo siempre me llevaba un tema que había leído previamente y que utilizaría de anzuelo para sacarle historias increíbles. Eran historias en primera persona, él había estado ahí. Por ejemplo, si yo le nombraba a Borges, él no me hablaba de su obra, me contaba la conversación que tuvieron cuando les tocó compartir camarín en Sábados Circulares de Mancera. Si le decía Piazzolla me hablaba de lo que le había costado convencerlo de que le cobrara los derechos por incluir una canción en su película El crack. Piazzolla consideraba que ese tema en particular no era bueno y por eso no merecía pasar honorarios. De Ringo Bonavena me comentaba las largas charlas que compartió durante el rodaje de “Los Chantas”. Y si le preguntaba por el rodaje de La Mary (él fue uno de los guionistas) me separaba mito de realidad y siempre la realidad resultaba mucho más interesante. 

–¿Orson Wells? ¿Le conté cuando Ángel Magaña le tocó el culo? Estábamos en la recepción de un festival de cine donde Orson Wells era el invitado principal. Hicimos una apuesta y evidentemente Angelito estaba más entonado de lo que pensé.  Bueno, en fin, tuve que pagar la apuesta.

También me divertía mucho tratando de descubrirle amoríos ocultos con estrellas de su momento. Nunca me confesó ninguno porque era un caballero, pero cuando se encontraba sin salida se reía y contestaba con evasivas: –Y, usted sabe, Jimmy, el tiempo, la bebida, la memoria… Era una usina de anécdotas, de relatos que jamás aparecerán en Wikipedia. 

Los cruces de mails con José eran un entrenamiento intensivo, tenía una pluma afilada y corrosiva para la que había que estar preparado. Sabía ser irónico al extremo, pero también muy afectuoso y agradecido.

 

Asunto: Ayer me acordé de usted.

Hola José, ayer fui a conocer una productora. Calle Belzu 4053, Munro. ¿Le suena? Un lugar increíble, con muy buenos estudios y un edificio entero para postproducción. Tanto de imagen como de sonido. Todo súper moderno en un complejo de casi una manzana, recontra equipados, muy pro, onda las oficinas de Google pero dedicados a una causa justa.

En una esquina había una casita tipo chalet de barrio que nada tenía que ver con el resto. Me llamó la atención, pensé que era de una viejita que se negó a vender, como las casitas que quedan atrás de los palcos de la Bombonera, ¿vio? y por eso pregunté. "Es el Museo del Cine" me contestaron.

Me pareció un poco pretencioso ya que el lugar, como le digo, tenía infinidad de méritos, pero justamente la historia no se hacía presente por ningún lado. Hasta que me aclararon que estaba pisando nada menos que lo que fueron los Estudios Lumiton y esa casita junto con el estudio 1 era lo que aún sigue en pie del antiguo solar.

Fue una gran emoción para mí y no pude menos que sacar chapa de amigo de Martínez Suarez -Subadministrador de Lumiton en su época dorada- a lo que me contestaron que usted tiene las puertas siempre abiertas y que de hecho su hermana Chiquita es la madrina del museo.

 

Me di vuelta, me fui silbando bajito y al llegar a la puerta les tiré a modo de advertencia "Respeten el lugar". No sé si entendieron, pero igual se los quería decir.

 

Le mando un fuerte abrazo José, me gustó mucho conocer ese lugar del que tantas veces me habló.

Nos vemos,

J-

 

Re: Ayer me acordé de usted.

Querido Jimmy

Su mensaje casi me hizo lagrimear.

Y una vez que me sequé las lágrimas volví a sacar el pañuelo y enjuagarme los ojos.

 

¡Estuvo en Lumiton!

 En esa que Ud. llama casita, donde funciona el museo, era donde estábamos autorizados a dormir de lunes a viernes cuatro o cinco chicos. Éramos los que finalizados los rodajes a las 20:45hs cruzábamos la Av. Mitre y nos íbamos a comer a la "Cuchara de palo".

Al finalizar pasábamos por la portería del estudio y le pedíamos al Paisano Bordenave - que el Dr. Guerrico había traído de su estancia cerca de Dolores - y con la llave del estudio encendíamos las luces del set donde íbamos a filmar al día siguiente y hacíamos un remedo del rodaje. Sin cámara, claro, pero con los trípodes.

 

¡Lumiton! 

 Fue mi segundo hogar. Las anécdotas (que se pueden contar) son muchas pero las que no se pueden contar son infinitas.

Ya nos reuniremos y apréstese para escuchar lo que nunca escuchó sobre ningún estudio del mundo.

Gracias por haberme hecho caminar un rato por aquellos inolvidables sitios.

Un día podríamos ir juntos para que le hiciera vivir en la imaginación lo que yo viví en la realidad.

 

Muchas gracias, Jimmy, muy cariñoso saludo para Ud., para Carola y los niños,

MS/



Ese 30 de agosto de 2016, después de emocionarnos a todos con sus palabras, José cerró su discurso de agradecimiento en el Congreso con un poema que sentía que lo definía: “Infancia” de Selva Ojeda

 

Mi vida fue de día y en enero,

al aire libre, bajo un sol redondo,

encendido en la sombra de un macondo,

Feliz, santafesino y chacarero.

 

El murmullo era el sonido de aquel piano

y un pequeño carnaval como trasfondo

y andábamos corriendo por el fondo

con una mandarina en cada mano.

 

¿Qué más puedo pedirle a la alegría?

si la vida era una vuelta a la manzana

y nadie estaba muerto todavía.

 

 

 

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