Dale click para escuchar la banda sonora de la película "Volver al Futuro" año 1985.
Nos habían encargado un comercial que parodiaba las típicas películas románticas, esas en las que el joven soldado se va a la guerra y la chica lo despide desde el andén. Él se asoma por la ventana y le dice: –Volveré. Ella le toma la mano y le contesta: -Te esperaré…
Era una linda producción para realizar y, en cuanto empezamos a analizarla, nos encontramos con tres problemas básicos. 1- Por imagen de la empresa, Renfe no nos alquilaría trenes antiguos y en los modernos no se abren las ventanas. Esto nos obligaba a filmar fuera de España. 2- Necesitábamos una estación en la que pudiéramos rodar un día entero, o sea, sacarla de circuito por ese tiempo. 3- Queríamos ver a nuestro tren pasando por distintos paisajes para lo cual necesitábamos vías liberadas de manera de evitar encontrarnos de frente con el Expreso de los Balcanes o similar porque generaríamos un desastre.
Por aquellos años el criterio general era que todo lo que estaba prohibido se podía hacer en Europa del Este. Así fue como hicimos un primer sondeo, y nos quedamos con cuatro centros de producción posibles: Hungría, Polonia, Ucrania y Bulgaria. Pero como para poder tomar una decisión nos faltaba más información, la productora propuso mandar a Joel a hacer un scouting detallado por los cuatro destinos.
Joel era suizo.
¡Alto! Eliminá de tu cabeza todo lo que te imaginaste de un suizo. Él era grandote, gordo, con pelo largo y rastafari. Siempre alegre, su vida era un eterno sábado de verano. Tenía una misión en la vida: terminar con el hambre en África, a eso se dedicaba con fervor. A través de una fundación, solventaba sus viajes en los que grababa unos documentales increíbles con los que explicaba, con fundamentos sólidos, cómo se podía lograr. Y cuando se quedaba sin dinero, trabajaba en publicidad. Joel era alguien a quien siempre querías tener cerca, ¡era amigo del nieto de Audrey Hepburn y fue a tomar el té a su casa! Realmente me emocionaba saber que estaba a un contacto -y algunos años, porque Audrey murió en 1993- de conocer a la actriz que más admiré de Hollywood.
Gracias a un informe clarísimo que nos preparó, decidimos que el lugar para filmar era Bulgaria. Allí el gobierno estaba apoyando mucho a la industria del cine, habían recuperado del abandono total unos estudios enormes y se los veía bien preparados para darnos un buen service local. Además ofrecían beneficios impositivos especiales para las producciones españolas, aparentemente Simeón II y el Rey Juan Carlos habían sido compañeros de juergas de jóvenes y se seguían cubriendo mutuamente.
Dato al margen de la narración: Simeón II fue Zar de Bulgaria, destituido cuando el país se convirtió en república y luego elegido Primer Ministro por el voto popular. Estas cosas pueden pasar en Europa del Este.
Salimos hacia Bulgaria con escala en Múnich. Ese tramo, el de Múnich a Sofía, fue como un viaje en el tiempo. Múnich parecía estar en el año 2050 y Sofía se había estancado en los sesenta, un contraste total. Al aterrizar, un autobús esperaba a los pasajeros para trasladarlos al edificio, pero para nosotros había un auto exclusivo. Ingresamos por una puerta que sin ninguna sutileza decía VIP en grandes letras doradas. Nos hicieron pasar a una sala de espera muy formal y antigua, cubierta de boiserie oscura y sillones forrados en cuero marrón. Allí estábamos solo nosotros hasta que aparecieron dos empleados del aeropuerto con perfil de agentes de la KGB y, de un modo muy poco amable, nos pidieron los pasaportes y las consignas para retirar el equipaje. Dudamos en entregárselo y estuvimos a punto de no hacerlo, pero como ellos eran dos y nosotros solo cuatro, tuvimos que acceder. Después, una señorita bastante más educada nos trajo jugos, cafés y paquetitos individuales de galletitas de agua como muestra de la austera cordialidad soviética.
A los pocos minutos nos devolvieron los pasaportes sellados y nos acompañaron a una combi en la que ya habían cargado nuestro equipaje. Bueno, pensé, aunque un poco rústico, pero VIP al fin
Fuimos directo a las oficinas de los estudios Boyana donde nos esperaba Joel. Nos recibió como si no nos hubiéramos visto por años. Nos mostró unas fotos de trenes, nos presentó a algunos miembros del equipo y sin perder tiempo nos pusimos en marcha.
Joel tenía la costumbre de obsesionarse con las cosas más ridículas, en este caso fue “The chalga music”. Nos enloqueció, no había un día que no la nombrara, se hizo grabar un CD y después nos preparó una copia a cada uno para que todos lo tuviéramos. Y en cada traslado que hacíamos en la combi, lo ponía a tope. The chalga music es un ritmo barriobajero, algo así como una cumbia. Pero no conforme con obligarnos a escucharlo todos los días, Joel insistía en que no podíamos dejar Bulgaria sin haber visitado un “Chalga place”. Acepto que no éramos los más difíciles de convencer para esos planes y así fue como una noche le dimos el gusto y fuimos. El Chalga place era como una bailanta pero con esteroideos. En la entrada, detrás del mostrador de venta de tikets, había un cartel que con dibujos simples enumeraban los elementos que estaba prohibido ingresar al local. Había una botella tachada, un plato de comida tachado, una cámara de fotos tachada, un perro tachado y una pistola tachada.
Entramos y nos encontramos con una pista de baile bastante chica y con unas pocas parejas, pero la atención principal estaba en las mesas que la rodeaban. Allí, sobre las mismas mesas bailaban mujeres jóvenes interactuando en forma muy sensual entre ellas. Tardé en entender la mecánica, pero finalmente asumí que bailaban para sus hombres que estaban sentados a la mesa y no eran otros que poderosos capos de la mafia rusa con varios guardaespaldas alrededor. Digamos que competían entre ellos por lucir el mejor harem. Pero lo más importante de todo era que esos bailes eran exclusivamente para los mafiosos rusos, posar la mirada, por unos segundos de más, en el culo equivocado nos ponía automáticamente en la lista de pendientes de un sicario. Y ni hablar si descubrían a alguno que ya estaba con la boca abierta y babeando. De pronto sentí que estábamos caminando en campo minado y lo mismo sintieron los demás, salvo Joel que bailaba solo derramando a diestra y siniestra chorros del gin tonic que había pedido en la barra. Cuando logramos sacarlo del antro, intentamos explicarle que meternos allí había sido muy peligroso. Nos miró y un poco más alegre que de costumbre por efecto del alcohol, pero entero, nos respondió.
–¿Peligroso? El próximo viaje a África se vienen conmigo. Después me dirán qué es peligroso.
Así era Joel, una persona luminosa. Tan positivo que el peligro le tenía miedo.