Capítulo 2: El Payaso

 

Dale click para escuchar la banda sonora de la película "La aventura del Poseidón" año 1972.

 

Con Julio Arrieta, también conocido como “el payaso” porque con ese rol ingresó al mundo de la actuación, trabajé en dos producciones. Él era la llave para ingresar a su mundo y la garantía para salir ilesos. Julio vivía en la Villa 21 de Barracas. Ahí lo conocí, en la entrada misma de la villa. Habíamos ido con Sebas, mi socio en la productora que acabábamos de abrir, y con un productor. Estacionamos el auto en el lugar que Julio nos había indicado y, al bajarnos, en un acto reflejo, el productor activó desde su control remoto, la alarma. 

–¡Bip-vup!

–¿Qué haces, pibe? –Preguntó Julio a los gritos–. Sacá eso, querés.

Después, más tranquilo, nos explicó que si nosotros íbamos invitados por él, teníamos que confiar en que no nos iba a pasar nada. Cerrar el auto era un signo de desconfianza y hasta una incitación para que te desvalijaran. 

–Si a los pibes les pinta, en diez minutos te lo desarmaron. ¿Sabés por qué no lo hacen? Por códigos. Pero no los provoques poniendo la alarma porque no te van a dejar ni un tornillo.

Nos internamos en la villa por callejuelas sinuosas y muy angostas. En muchas de las casillas de chapa que íbamos pasando había un viejo o una mujer sentada en la puerta mirando. Julio saludaba a cada uno por su nombre y en muchos casos haciendo menciones personales: 

–Hola don Tito ¿mejor de la cadera?...

–Martita, los otros días la vi a su nieta, la Yeni. ¡Qué grande que está!…

–¿Como va, Antonio? No me olvidé de sus pastillas; en cuanto vaya para el centro, se las consigo…

Así llegamos a su casa que no era diferente a las anteriores. Su mujer, Ester, nos recibió con mate obviamente y nosotros pusimos los bizcochitos para acompañar. Julio era remisero, tenía un Ford Falcon viejo en el que la chapa y los agujeros venían cabeza a cabeza. Pero su pasión era el arte, dirigía un taller de actuación y la murga “Los Compadritos de Barracas” que desfilaba todos los años en carnaval. Sebas ya lo conocía, había filmado un corto con Julio de protagonista, se apreciaban y respetaban mucho, por eso cuando llegó el guion de La Cámara Argentina de Anunciantes que tocaba el tema de los chicos de la calle, no dudamos en hablar con él. 

–Yo les armo un casting con los pibitos que mejor andan y que los viejos no están en cualquiera, porque para financiar drogones yo no estoy. 

La filmación estaba prevista para la noche del viernes 6 de octubre de 2000. Fecha que jamás recordaría de no haber sido porque exactamente ese día renunció Chacho Álvarez a su cargo de vicepresidente. El país era un caos, un mal día para salir a la calle y mucho peor para movilizar un equipo entero de filmación a la Plaza de la República, en la base misma del Obelisco, y desplegar todo el arsenal allí. Pero levantar el rodaje nunca fue una opción, conseguir los permisos para filmar en ese lugar de la ciudad nos llevó mucho tiempo, el alquiler de cámaras y luces era un costo hundido filmásemos o no, a todos los técnicos había que pagarles la jornada igual y, para colmo, ese era un comercial de bien público en el que nosotros habíamos donado nuestros honorarios. Lo cierto es que nadie se lo imaginó, ni siquiera hubo tiempo de pensar en lo que podía pasar.

Recuerdo que ni bien cesó el tráfico habitual de la jornada de trabajo, la noche se hizo presente y el lugar quedó desierto. Cerca de la medianoche notamos los primeros grupitos de jóvenes de ambos lados de la avenida. Después empezaron a cruzar corriendo de un lado al otro pasando cada vez más cerca de donde estábamos. Llegó un momento en que el peligro era palpable, por eso hablamos con nuestra persona de seguridad, un exsargento de la Policía Federal que ya nos había asistido en otras filmaciones. 

–Muchachos, empiecen a levantar todo despacito y rajemos de acá.

A esa altura esto tampoco era posible, no podíamos levantar todo el material ni rápido ni sin que se notara. Lo primero que pensamos fue evacuar a los chicos. Para eso nos acercamos a hablar con Julio, no llegamos a abrir la boca que nos anticipó:

–Ya los vi. Mandé a uno de mis pibes a traer refuerzos de la villa y los otros dos fueron a hablarlos. El jefe de ellos es Sandokán, de la barra de San Telmo. Vamos a ver si entran en caja.

–¿Te parece que vayamos sacando a los chicos?

–Sigan igual, no muestren cagazo porque nos comen. Si tenemos que correr yo les aviso, pero por ahora sigan.

Intentamos avanzar con un ojo en la cámara y el otro en los alrededores. Al rato vemos a los hijos de Julio acercarse con dos de los que nos tenían sitiados. Cruzaron unas palabras con Julio y luego se volvieron con los suyos.

–Bueno, nos salvamos, pero les va a salir una moneda. Contraté a Sandokán y cinco más como seguridad y, al resto, los arreglé con el catering.

Realmente salvó la situación, pudimos terminar la filmación y volver a casa de una pieza. Sin el Payaso, el final hubiera sido otro.

 

La segunda vez que trabajé con Julio fue para un comercial en el que la agencia quería, por la historia que contaba el guion y porque sucedía en una cárcel, que los actores fueran presos de verdad. Averiguamos y los trámites legales que debíamos cumplir lo hacían prácticamente inviable, necesitábamos autorización de la familia, permiso del director del penal y sentencia favorable del juez. Aparte de eso debíamos considerar también el riesgo que significaba para los elegidos que todos los reclusos supieran que iban a ganar dinero, era como ponerlos en la peor vidriera. Como alternativa les ofrecí trabajar con exconvictos que a efectos prácticos tendría el mismo resultado, y lo aceptaron. Encaramos el casting por dos vías, una fue la barra brava de Tigre y la otra en la villa a través de Julio. Los resultados fueron notablemente distintos, creo que la principal deferencia es que las barras funcionan en grupo, en el mano a mano la tensión se diluye. Mientras que en la villa cada uno lucha por la suya y lo que está en juego no es una bandera sino la vida. Se tarda mucho en lograr que bajen la guardia.

El casting de la barra brava fue debajo de una de las tribunas del estadio de Tigre, en Victoria. Para el de la villa Julio me prestó su casa y antes de empezar me dio un par de consejos gratis que resultaron fundamentales: 

–Miralos como actores, no como chorros. No les preguntes por qué cayeron en cana, sino donde actuaron. Y no hagas favores, el que sirve queda y el que no, afuera. Nosotros no queremos que nos toquen la cabeza como a los perros, queremos que nos den la posibilidad de ganarnos el laburo.

Para Julio la dignidad no era algo que se compra o que se vende, él la ponía por encima de cualquier circunstancia y no aceptaba ninguna excusa para renunciar a ella. 

–Somos negros, somos villeros ¿Y qué problema hay? Solo pedimos que cuando necesiten a alguien así, no llamen a un rubio y lo pinten con corcho quemado para hacer de negro, llámennos a nosotros que lo vamos a hacer mejor. ¿Vos me pondrías a mi para hacer de cheto? Ni en pedo –se contestó y siguió–. ¿Entonces porque ponen a un cheto para hacer de mí? 

 

La filmación fue en la cárcel abandonada de Caseros. Un lugar sórdido, lúgubre, infectado de tristeza y que supura dolor. Cada vez que tuve que ir, volví con una fuerte jaqueca y la necesidad de bañarme y poner a lavar mi ropa. Era como si ese espíritu desangelado se me impregnara en el cuerpo. Sin embargo, el ingreso a la locación con el casting fue muy distinto. Muchos de ellos se llenaron de recuerdos, al punto que sentí que debía darles un tiempo para que recorrieran la prisión, buscaran la que había sido su celda, caminaran por las zonas comunes y se reencontraran con un pasado que así haya sido horrible, les pertenecía y les despertaba sensaciones de todo tipo, incluso las que yo menos hubiera esperado.

–Qué picardía, ¿cómo lo dejaron caer así? No sabés lo que era esto en mi época, un lujo.

Quizás para ellos fuera como encontrarse con un antiguo abusador que hoy, vencido por el tiempo, ya no puede ni asustarlos, y en un raro síndrome de Estocolmo, les despierta cierta ternura. En algunos casos sus caras mostraban la emoción de quien vuelve al aula de la primaria y, aunque me resultara increíble, me pareció una muestra de que la mente es capaz de rescatar recuerdos felices incluso en situaciones y lugares tan hostiles. 

La filmación salió bien y el comercial fue aprobado, aunque no transmitiera ni el veinte por ciento de lo que sentí allí. Pero, bueno, es publicidad y en ese mundo no caben los dramas.


“Yo no sé si los villeros hemos crecido en el plano de la cultura o la cultura cayó tan bajo que llegó a la villa”. (Julio el payaso Arrieta)

 

 

 

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